Locura.

Lo mejor de ese día fue sin dudarlo, cuando la levanté del sofá, la cogí en brazos y la llevé a mi habitación, mientras subíamos las escaleras, ella me abrazaba, no podía parar de reír ni yo tampoco, sólo lo hacíamos y a duras penas cuando nuestros labios se encontraban y ella me suplicaba entre risas, que la bajase al suelo, pero por dentro se moría de ganas porque la llevara hasta mi cuarto. Y allí estábamos, la dejé en el suelo mientras nos besábamos sin parar, la abracé fuerte con una mano por la cintura, y con la otra al mismo tiempo, enredaba mis dedos entre su pelo negro. Ella alargó sus brazos rodeándome el cuello y me besaba con una dulzura exquisita y a la misma vez, con locura y desenfreno. Poco a poco nos fuimos quitando la ropa, hasta quedarnos solos el uno con el otro, sin que sintiéramos más que nuestros corazones a cien, el roce de nuestro cuerpo y la suave brisa que entraba por la ventana. La empuje con delicadeza hasta que se dejó caer en mi cama, me tumbé poco a poco mientras no parábamos de besarnos, mientras recorríamos con nuestras manos cada centímetro de la piel del otro, ella enredaba sus dedos entre mis pelos y tiraba ligeramente de ellos, mientras el placer, el amor y la pasión se apoderaban de nosotros. De un momento a otro, desaparecieron las sábanas, la cama, el desorden de mi habitación, las paredes, sólo estábamos ella y yo, convirtiéndonos en uno mismo y fundiendo nuestros corazones para siempre con el intenso fuego que ardía dentro de nosotros.